LA CURACIÓN DEPENDE DE NOSOTROS, NO DEL MÉDICO
La mayoría de las personas tiene la singular creencia de que la enfermedad es algo ajeno a ellas, es decir, sobre la que no tienen ninguna responsabilidad y, por tanto, esperan que la solución les llegue de fuera, especialmente del médico y de su arsenal de fármacos. Y, sin embargo, salvo excepciones, las causas de la enfermedad están en nosotros al igual que los medios para la curación.
Si uno habla con la gente comprobará sin muchos problemas que, para la mayoría, cuanto nos pasa en el ámbito de la salud y la enfermedad se debe siempre a factores ajenos a nosotros. Que "pillamos" la consabida gripe que aqueja a media oficina... ¡Lógico, con tanto virus suelto!; que aumentan los casos de alergias... ¡Claro, con la contaminación tan tremenda que soportamos en las grandes ciudades!; que caemos en depresión... ¡A quién le extraña con lo que leemos en los periódicos o vemos por la tele! Y así, un sinfín de argumentos que marcan la diferencia entre lo que pasa en el exterior y nuestro interior. Es decir, hay para la mayoría de la gente una clara frontera delimitada por nuestra piel que dice muy claramente qué somos y qué no, y que por tanto marca la responsabilidad que tenemos en lo que nos sucede, no sólo en lo que se refiere a nosotros mismos, sino a nuestro alrededor. Es decir, si encontramos algo o alguien exterior a quien "echarle la culpa" de lo que nos ocurre de malo o en la vida, ni lo dudamos. Pues bien, entre esta actitud y la que tenían nuestros antepasados cuando achacaban la enfermedad a un "castigo de los dioses" o a una "interferencia de los demonios", no hay tanta diferencia.
¿Y por qué es eso así? Hay que decir que la Cultura ha condicionado siempre nuestras concepciones sobre la vida, la muerte y la Realidad en general. Y, por supuesto, sobre la salud y la enfermedad. Por otra parte, como quiera que la enfermedad atenta directamente contra la vida, se produce una reacción instintiva de todos nuestros mecanismos de defensa como consecuencia de lo cual el primer sentimiento que surge con fuerza es el miedo.
A fin de cuentas, el miedo es una emoción primaria que aparece bajo múltiples formas como respuesta a una agresión o para evitarnos dolor o sufrimiento. Es decir, viene a ser como una reminiscencia de nuestro pasado animal, cuando la hostilidad del medio nos obligaba a permanecer en continuo estado de alerta. Y aunque esa situación de peligro constante ya no existe en nuestra civilización -no hablamos de quienes aún viven en selvas vírgenes-, ese mecanismo instintivo de defensa pervive en nosotros. De ahí que, tantos cientos de miles de años después, la enfermedad -no importa cuál- siga siendo considerada por nosotros una agresión, un atentado contra la supervivencia.
LAS PRIMERAS PREGUNTAS
Hoy, sin embargo, el hombre ha evolucionado. Y ha aprendido, tras muchos años de análisis, estudios, investigaciones e introspección, que cuando la enfermedad aparece, hay siempre una causa objetiva. Por eso nuestra primera reacción cuando caemos enfermos -sobre todo si se trata de una dolencia de cierta importancia-, sea -salvo excepciones- de desconcierto.
Y que uno se pregunte siempre: ¿Por qué? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y que entonces mire a su alrededor y compare su estado, su situación, su comportamiento, con lo que sucede fuera. Comparación de la que, normalmente, sale un reforzamiento de nuestra postura pensando: "Pues Fulano actúa peor que yo, Zutanito se cuida menos y Menganita tiene una vida mucho más desordenada que la mía. Y, sin embargo, ellos no han enfermado...".
Actitud de incomprensión en la que hay dos matices importantes a destacar: por un lado, el rechazo a admitir que uno tiene "algo que ver" en el proceso que está viviendo; por otro, considerar que la "injusticia" se ha cebado en él de forma inmerecida.
Comienza entonces la búsqueda de agentes externos causantes del daño. Es cuando aparecen en escena los virus, las bacterias, los cambios de temperatura, la estación del año, las corrientes de aire, etc., o incluso otros factores más sutiles, como la conversación mantenida con alguien, el "ambiente" que se respiraba, la intención del otro, una situación de tensión, la presión, la agresión sufrida -no necesariamente física, sino emocional o verbal-, el estrés... Es decir, siempre causas ajenas que nosotros respiramos y no podemos evitar que nos afecten.
Sin embargo, esa seguridad comienza a resquebrajarse cuando uno observa que es el único de la familia a quien ha afectado el virus, el único que ha enfermado ante la situación de presión que se mantuvo entre los socios durante la semana anterior -ante los resultados de la Bolsa, por ejemplo- o el único que, a pesar de que todos respiraban el mismo aire en el despacho, se contagió...
Y entonces empieza a formularse nuevos porqués con un matiz un poco más interno, de tal forma que ante la pregunta ¿Por qué me pasa esto? la persona busque que la respuesta surja de dentro, no de fuera. Primer paso para avanzar, ya que empieza a replantearse que tal vez tenga "alguna" participación en el proceso.
CAMBIANDO EL ENFOQUE
Curiosamente, a partir de ese momento, cuando la persona cambia el foco de atención de fuera hacia dentro, las cosas -al menos, para ella- empiezan a tener sentido. Porque es entonces cuando hace una lectura distinta de la situación, siendo la reacción más normal que intente aprender de la experiencia que está viviendo y sacarle partido aprovechando la enseñanza. De ahí que sus esfuerzos se centren en descubrir el mensaje que le ha llevado la enfermedad y asimilarlo para que no vuelva a reproducirse la disfunción. Es decir, se plantea esta simple pregunta: ¿Qué me está queriendo decir esta enfermedad?.
Llegados a este punto, hay que decir cada vez hay mayor confluencia -afortunadamente- entre la Psicología y la Medicina. Y que son cada vez más los hospitales en los que se empiezan a recetar al unísono medicamentos y terapias psicológicas para tratar problemas de cáncer, sida, enfermedades cardíacas, etc. Porque, a Dios gracias, las distintas disciplinas científicas se van abriendo hoy paulatinamente a la colaboración con aquellas otras que las complementan. Lo que es especialmente importante en el ámbito de la Salud ya que hoy está comprobada la estrecha relación entre las actitudes mentales y las disfunciones físicas, así como la influencia de los pensamientos en los procesos de convalecencia y recuperación. Lo cual nos permite afrontar las dolencias o enfermedades con una actitud más responsable -tanto a los pacientes como a los profesionales de la Salud- ante lo que nos sucede.
Y así la Biología, la Psicología, la Sociología e, incluso, la Medicina empiezan a incorporar entre sus fundamentos que la realidad del ser humano no es algo inmóvil sino que varía a medida que el hombre va cambiando sus conceptos y que éstos han sufrido en los últimos años enormes modificaciones. De hecho, algunos autores plantean el cambio al que nos enfrentamos en esta última década del siglo XX como algo tan traumático como lo fue en su momento la Revolución Neolítica que conmocionó al hombre primitivo. En aquel entonces, el ser humano se enfrentó a grandes cambios físicos que le hicieron variar por completo su modus vivendi. Con el desarrollo de una incipiente agricultura pasó de nómada a sedentario, de cazador a ganadero, y construyó hábitats adecuados a su nueva situación, con lo cual se dio forma a las primeras comunidades humanas y con ellas el desarrollo de nuevas áreas cerebrales y nuevas habilidades. Sin embargo, el cambio al que nos enfrentamos en estos momentos no tiene precedentes ya que no se trata de cambios físicos, de adaptaciones al medio -como ocurrió en aquel pasado- sino que nos enfrentamos a cambios integrales: físicos, energéticos y mentales. Casi podríamos decir que a cambios espirituales si con esa palabra definimos el todo global que es un ser humano.
Tan es así que el panorama ante el que nos encontramos es tan controvertido que no nos queda más remedio que admitir que no estamos muy bien preparados para afrontar un cambio de este tipo. Porque inevitablemente va a suponer una fuente de conflictos ya que resulta muy difícil mantener una relación armónica entre lo que demanda nuestro interior y lo que vivimos en el exterior. A fin de cuentas, las cosas suceden hoy tan deprisa que no tenemos tiempo de adaptarnos y las decisiones que debemos tomar se acumulan. ¿No ha tenido nunca la sensación de que va por detrás de las circunstancias y de que, muy a su pesar, son éstas las que dirigen su vida? ¿Y no le produce ello un sentimiento de frustración? Pues bien, sepa que es precisamente la capacidad de reaccionar a ese sentimiento lo que determina nuestro equilibrio y nuestro bienestar.
¿CÓMO INFLUYEN LAS CREENCIAS EN LA SALUD?
Decíamos antes que el miedo y la inseguridad aparecen siempre cuando llega la enfermedad, especialmente si está considerada como grave. Y ello sigue siendo así a pesar de los grandes avances tecnológicos experimentados en los últimos años. Y es aunque es verdad que las nuevas tecnologías de que disponemos nos dan confianza, hay una parte que aún se siente desatendida: el aspecto emocional. Es decir, como seguimos sintiendo miedo, inseguridad y desconocimiento, continuamos esperando a que la solución a nuestros problemas venga de fuera, de los médicos, de los aparatos, de las terapias y tratamientos...
Y no es de extrañar, ya que son muchos siglos los que hemos estado sometidos a nuestras creencias. Y éstas pesan más que el Conocimiento. Es decir, en lo más profundo de nuestra mente seguimos concibiendo la salud como un premio y la enfermedad como un castigo.
Achacando aún con frecuencia a Dios la razón de nuestra salud o nuestra enfermedad -"Él nos la da, él nos la quita"-. En definitiva, subyacen en nosotros dos creencias que hay que desarraigar: por un lado, nuestro condicionamiento mental al percibir la existencia como algo puramente material que se rige sólo por la ley de Causa y Efecto; por otro, la creencia de que para sanar debemos dejar nuestra recuperación en manos ajenas, es decir, en la de los especialistas.
¿QUÉ PEDIMOS AL PROFESIONAL DE LA SALUD?
Hoy día al médico se le pide, entre otras cosas, que sea honesto, trabajador, competente, amable, consejero, educador, esté al día y, además, sea accesible, nos comprenda y, por supuesto, nos cure. Y qué duda cabe de que sería fantástico que pudiera reunir todas esas cualidades pero nos olvidamos de que los profesionales de la Salud son sólo personas más o menos formadas y entregadas a su oficio, con sus virtudes y sus carencias, que además tienen una filosofía particular y un entendimiento de la vida teñido por sus propias creencias.
Por lo que lo más probable es que, como persona, tenga algunas de esas cualidades técnicas, morales y psicológicas, pero difícilmente todas.
Se hace imprescindible, pues, empezar a entender que el restablecimiento de la salud es responsabilidad de uno mismo. Luego, partiendo de ahí, se puede pedir la ayuda que necesitemos. Pero sin olvidar que el equilibrio perdido se recupera partiendo de nosotros mismos.
Pues bien, es necesario que este cambio de mentalidad incida en el individuo, dándole acceso a la información y ayudándole a formarse integralmente para que pueda replantearse sus actuales creencias; que incida en la comunidad para que modifique el carácter estático de sus instituciones y apoye la formación, docencia e investigación de profesionales de la salud que incorporen estudios y técnicas multidisciplinares; y, sobre todo, que preste atención al ser humano desde el mismo momento de su concepción, valorando y cuidando de manera especial el periodo de gestación, el nacimiento y los siete primeros años de vida ya que hoy sabemos que la salud de la persona adulta está muy condicionada por esa etapa.
¿CÓMO APARECE LA ENFERMEDAD?
La mayoría de las veces empezamos a sentimos enfermos cuando aparecen los primeros síntomas. Sin embargo, todo parece indicar que la disfunción, el desequilibrio, se produce bastante antes aunque no seamos conscientes de ello. Hasta hace poco, sólo unos cuantas enfermedades estaban calificadas por la Medicina como psicosomáticas, es decir, originadas a consecuencia de alteraciones en nuestros pensamientos o emociones. Hoy, sin embargo, los investigadores de vanguardia saben que la mayoría de las enfermedades tienen ese carácter psicosomático. El problema es que la vorágine de la vida nos impide tomarnos el tiempo suficiente para reflexionar y hacer un autoanálisis.
En cualquier caso, lo primero que tendríamos que hacer es retrotraernos al momento en que se originó el problema. ¿Dónde estábamos? ¿Con quién? ¿Qué hacíamos? ¿Cuál era el ambiente? Y, sobre todo, ¿cómo nos sentíamos interiormente?, ¿qué sensaciones nos embargaban?, ¿qué sentimientos teníamos?, ¿nos hizo reaccionar así algo que ya habíamos vivido antes?, ¿qué alteración se produjo?...
Porque algo debió ocurrir en los días u horas anteriores a la aparición de la enfermedad que nos afectó de manera especial -independientemente de que nos diéramos o no cuenta- y provocó la somatización del conflicto.Algo que desencadenó un proceso imparable provocando una serie de pensamientos que, a su vez, produjeron un estado de ánimo determinado, emoción que alteró de alguna forma la captación de la energía vital -la energía que interpenetra todo nuestro cuerpo vitalizándolo y de la que hace milenios habla la Medicina oriental-, generándose entonces un bloqueo energético que afectó al funcionamiento de determinadas glándulas del sistema endocrino. Glándulas que produjeron una cantidad excesiva -o, por el contrario, insuficiente de hormonas-, que al distribuirse en la corriente sanguínea provocaron disfunciones en algún órgano... apareciendo, como colofón del proceso, la señal de alarma: el síntoma, que puede ser físico o emocional.
A fin de cuentas, es en el momento en que aparece el síntoma cuando la persona suele ponerse en marcha para buscar solución. Sin embargo, es fundamental ser consciente de que muchas veces los tratamientos farmacológicos lo único que hacen es combatir los síntomas, minimizando los efectos molestos de la enfermedad, pero no eliminando la causa que la originó, por lo que ésta volverá a aparecer al cabo de algún tiempo cuando las circunstancias se repitan.
Por decirlo de otra manera, si estuviéramos ante un iceberg el síntoma sería la parte del bloque de hielo que emerge sobre la superficie del agua; sin embargo, existe una gran masa que no es visible pero que es la base, la "raíz" de lo que puede verse manifestado en el exterior. Y sólo atacando a todo el conjunto se podrá resolver de manera definitiva el problema.
Un ejemplo sencillo: ante un fuerte dolor de cabeza podemos recurrir a un analgésico que nos ayude a eliminarlo; y probablemente funcione. Sin embargo, si no identificamos el origen, la causa, la tensión que nos produce el dolor, tomando las medidas para resolverlo, es muy probable que vuelva a aparecer.
Sucedería igual que con las terapias psicológicas tradicionales, hoy obsoletas ya que desgraciadamente no implican al enfermo en su propia curación y, por tanto, pueden prolongarse indefinidamente ya que los pacientes esperan que la solución provenga del exterior, esto es, de su terapeuta o de los psicofármacos que le mandan ingerir.
Ya los doctores Thorwald Dethlefsen (psicólogo) y Rudiger Dahlke (médico) afirmaban en su conocido libro La enfermedad como camino, tras más de quince años de investigación y experimentación, que "ni los bacilos ni las radiaciones provocan la enfermedad, sino que el ser humano los utiliza como medios para realizar su enfermedad. Al igual que ni los colores ni el lienzo hacen el cuadro, sino que el artista los utiliza como medios para realizar su pintura".
Añadiendo que, en su opinión, todo síntoma es un mecanismo de regulación de la Naturaleza que está al servicio de la evolución. Es decir, que se trataría de una señal que emite nuestro cuerpo cuando existe contradicción entre sus impulsos internos y lo que vive en el exterior a fin de que su "dueño" introduzca cambios en su vida. De ahí que ambos investigadores planteen la necesidad de no erradicar los síntomas, sino aliarse con ellos. Es decir, vienen a explicar que cuando un aparato da problemas y se enciende una luz de aviso, rápidamente nos disponemos a averiguar las causas de esa señal de alarma. Sin embargo, cuando eso sucede con nuestro cuerpo intentamos "apagar" esa lucecita de aviso atiborrándonos de pastillas. Y cuando el síntoma ha desaparecido creemos, equivocadamente, que hemos sanado. Sin embargo, poco tiempo después aparece una nueva dolencia que requiere nuestra atención.
"En vez de aliarnos con el paciente para combatir los síntomas, como es habitual -dicen Dethlefsen y Dahlke-., abogamos por establecer una especie de alianza con ellos para averiguar qué le pasa al paciente y qué ha causado su aparición". De ahí que ambos doctores alemanes hayan creado un método para entablar "diálogos" con el síntoma mediante varias fases. En una primera, preguntándonos qué es lo que nos sucede, cómo es el síntoma; en la segunda, cómo estamos, cuáles son nuestros pensamientos, nuestras expectativas, nuestros miedos y frustraciones; en la tercera, obligándonos a formular un enunciado escueto pero específico sobre el síntoma; y, finalmente, en la cuarta fase, interrogándonos qué nos impide ése síntoma, qué nos impone, de que nos defiende, qué obtenemos gracias a él, qué precio estamos pagando por ello y si podríamos conseguirlo de otro modo (sin caer enfermo, por ejemplo).
¿APRENDER POR DOLOR O POR COMPRENSION?
Decir, para finalizar, que en el último libro publicado por el Dr. Rudiger Dahlke -El mensaje curativo del alma- se intenta ver la enfermedad como un proceso aséptico, sin valorarlo como algo positivo o negativo, explicando que todo dependerá de la actitud que adopte la persona enferma. Según explica, si al enfrentarse a la enfermedad quien la padece la considera una oportunidad, un camino de aprendizaje para ser más consciente, conocerse un poco mejor y, como consecuencia de ello, obtener un mejor partido de sí mismo, aprovechará la enseñanza y no se verá abocado a revivir la misma situación en el futuro.
Si no lo hace, el síntoma se irá trasladando de órgano a órgano de forma que la enfermedad aparecerá bajo múltiples formas y, en definitiva, comenzará el peregrinaje del enfermo de especialista en especialista. El Dr. Dahlke lo resume diciendo: "La filosofía de la enfermedad como camino es precisamente aprender de los propios síntomas y crecer. Cualquier falta y cualquier enfermedad ponen de manifiesto los elementos que precisamos para llegar a la perfección, por lo que en realidad son oportunidades para desarrollarnos".
Y agrega que la energía que normalmente desperdicia el enfermo, bien culpando al exterior de lo que le sucede, bien lamentándose de su infortunio o esperando a que alguien le cure, podría dedicarla de manera más efectiva y útil a la recuperación del equilibrio perdido.
Y no equivoque el lector: no se trata de ofrecer la enfermedad como sacrificio o mantener una actitud de resignación sino, muy por el contrario, de comprensión del proceso que se está viviendo. Porque sólo analizando el origen, los síntomas y las circunstancias estaremos en disposición de entender los porqués y asimilar la experiencia de una forma más positiva.
El profesor de Ética F. Sabater dice en su libro Ética para Amador que normalmente no podemos elegir las experiencias que vivimos, pero que sí podemos elegir la actitud con la que las afrontamos. Añadiendo que ése es el máximo ejercicio de libertad.